EL SIGLO DE ORO DEL CABALLO ESPAÑOL Y LOS ALBÉITARES
DE ALFREDO GÓMEZ MARTÍNEZ
Miguel Ángel Vives, José Antonio Mendizabal y María Cinta Mañé
Por: Dr. Ángel Salvador Velasco
Si la reseña de libros es un género en sí mismo, debe ser porque hacerla bien nada tiene de fácil. De forma que, por favor, valórese la intención por encima del resultado. Me quedo mucho más tranquilo.
Mi relación con el origen del caballo español se limitaba a la lectura realizada hace unos diez años de Historia y origen del caballo español (1567-1800), de Juan Carlos Altamirano, y de algunos trabajos cortos leídos de forma desordenada. Antes de comenzar a leer el libro de Vives, Mendizabal y Mañé, releí las notas de la ficha de mi archivo: Altamirano hace protagonista absoluto a Diego López de Haro como artífice del caballo español. La nueva raza se crea en Córdoba buscando la máxima seguridad del rey, convirtiéndose en el emblema de un imperio y de una cultura que había conseguido lo que todo el mundo ansiaba, el caballo perfecto. Ese protagonismo, durante dos siglos lo mantiene centrado en los caballerizos mayores, que ostentan la máxima jurisdicción en la Real Caballeriza.
De la función profesional desempeñada por los albéitares que ejercen su actividad en la Reales Caballerizas de Madrid y de Córdoba, en el libro de Altamirano nada se dice. Puede parecer extraño, pero resulta común. Así, los extensos trabajos realizados sobre la Real Caballeriza, la analizan desde el punto de vista administrativo, muy importante en una institución que llega a sobrepasar los dos mil empleados y que tiene un elevado presupuesto económico, pero es el caballo, mejor dicho, los équidos, el centro de su propia existencia, y sin embargo solo se les ha concedido un papel secundario. Y a los albéitares y herradores que dedican su actividad profesional a mantener la salud de esos équidos, entre los que se encuentran los que montan el rey y su familia, de gran valor económico y simbólico, se les ha englobado entre las muchas profesiones presentes en la Real Caballeriza. Y, en este caso, no es una profesión más. Por ello, me ha parecido especialmente acertado el proporcionar en El siglo de oro del caballo español y los albéitares una visión veterinaria a una temática ya abordada con anterioridad por diferentes autores, y en la que el profesional de la sanidad del caballo, el verdadero especialista, no había sido tenido en cuenta. Es de justicia.
Para un neófito como yo, estar imaginariamente ante las razas previas al caballo pura raza español (castellano, andaluz, morisco… hasta el ancestral cebro), ha sido una auténtica delicia. Por fin he comprendido los modos de monta. Y cómo la modificación en la forma de combatir a caballo, está detrás del cambio en la forma de monta, del armamento utilizado por el jinete, y de la prevalencia de un tipo de caballo sobre otro: la velocidad, la resistencia, el nervio y la maniobrabilidad del pura raza español se imponen. Una vez más, España, merced a la larga ocupación musulmana, adopta antes que el resto de países europeos unas nuevas formas.
Resulta reconfortante el continuo recurso a los datos en lugar de a teorías sin respaldo documental. Los archivos “hablan” en las muchas comillas extendidas a lo largo de todo el libro. Veo con admiración, cómo Alfredo Gómez, un veterinario en activo, y activo, que, amante de la historia de su profesión, nos dejó en pleno desarrollo de su obra de vida, y que a pesar de la dificultad que entraña, era capaz de manejarse en archivos diversos con documentación de los siglos XIV al XVI. También con admiración valoro el que los autores otorguen en el propio título del trabajo un espacio destacado a Alfredo Gómez Martínez, generosidad a la que no estamos acostumbrados. Aún se recuerda el libro de actas de un Congreso, en el que el coordinador sitúa su nombre en portada para simular la autoría.
Novedoso y de gran valor resulta recurrir a lo escrito sobre selección caballar por destacados maestros herradores y albéitares con obra impresa, difícil de creer es que hasta ahora no se hubiera acudido a quienes más sabían de caballos. Por más que lo escrito sea poco aprovechable visto con ojos actuales, pues todas sus valoraciones están pasadas por el tamiz del absurdo galenismo de la teoría humoral y los cuatro elementos imperante en la época, en nada diferente del vigente en la medicina humana, que se enseñaba en la universidad.
En cuanto a que en la documentación municipal en numerosas ocasiones se aluda al herrador para referirse al albéitar, recordemos que en la Real Caballeriza, los albéitares del rey, el máximo reconocimiento profesional que se puede alcanzar, son habitualmente denominados herradores en la documentación interna. Es el riesgo de poseer un título que acredita como maestro herrador y albéitar, que se acorta en herrador.
Las páginas del libro recogen momentos emocionantes, como la escaramuza contra los flamencos, salvada gracias a un buen caballo. Formula preguntas que quedan abiertas, como la existencia de la Real Caballeriza de Valdeburón. Realiza afirmaciones novedosas demostradas documentalmente, como que la intención de Felipe II no es crear una nueva raza de caballos sino recuperar la existente, depositando su confianza en Diego López de Haro.
La implicación de Miguel Ángel Vives, José Antonio Mendizabal y María Cinta Mañé con el proyecto es encomiable, tal ha sido su compromiso que han llegado a confraternizar con un rey hasta referirse a él como Felipe II, rey Felipe, don Felipe, y Felipe. No hay mejor prueba.
No puedo dejar de señalar un descubrimiento, Ruy de Andrade, del que no tenía noticia y me ha parecido de gran interés. Ni tampoco la multipresencia de Pedro Pablo Pomar, un personaje con un protagonismo para la veterinaria de su época que en algún momento merecerá un estudio profundo.
Tras la lectura de El siglo de oro español y los albéitares, queda claro que el caballo pura raza español, excepcionalmente valorado, era un regalo de reyes, y que la Corona española le dio un uso también político. En las distintas fases de selección de la raza participan los albéitares, siendo su autoridad requerida por la Administración, y sus dictámenes admitidos como autoridad profesional.
Un placer, especialmente en verano.