VETERINARIOS POETAS
Para la mayoría de los mortales que militamos en las Ciencias Veterinarias ha pasado desapercibida, e incluso ha sido ignorada, la atracción poética que han sentido alguno de sus miembros. Ya le dedicamos atención a difundir la obra del veterinario MANUEL ÁLVAREZ ORTEGA, que fue propuesto dos veces para el Premio NOBEL de literatura (años 2001 y 2003). Hoy recordamos la figura de ELADIO CASARES MARCOS, veterinario, médico y poeta, fallecido en el año 2007. Suyos son los más de cien poemas aparecidos en el poemario “Huellas de mi camino”. ISBN: 84-605-3332-8. Muchas veces incomprendido por un sector de su profesión.
La obra poética de ambos está pendiente de un estudio más profundo, que bien podría ser en forma de tesis doctoral. La del primero es de gran complejidad en su pensamiento, solo para valientes. La de Casares es de sencillez y espontaneidad, más pendiente del ‘que’, que del ‘cómo’, solo para almas sensibles del lado ‘naíf’.

El Amigo Dr. Etxaniz, tímido, como él es, nos escribe aparte, un texto que no puedo dejar de anotar aquí mismo:
“Al hilo de la aportación de nuestro Amigo el Dr. Caparrós sobre veterinarios poetas, en mi libro “Aportación vallisoletana a la Historia de la Veterinaria” menciono a otro, veterinario militar, para más señas, Manuel Álvarez Ortega, cuyas referencias adjunto.”
MANUEL ALVAREZ ORTEGA. VETERINARIO MILITAR Y POETA
Nacido en Córdoba el 4 de marzo de 1923, Manuel Alvarez Ortega ingresó en la Facultad de Veterinaria de su ciudad natal en octubre de 1943, finalizando sus estudios en junio de 1949.
En 1951 ingresó por oposición en el Cuerpo de Veterinaria Militar y en 1952 hizo el Curso de Especialidad en Madrid. Más tarde y hasta agosto de 1967, permanecería en diferentes destinos, incluido Valladolid, retirándose como capitán.
En 1949 fundó y dirigió la revista Aglae, como una antología porque la administración de la época no la autoriza como publicación periódica. En octubre del mismo año es designado corresponsal de la revista Realtá, que dirige en Florencia I(Italia) el poeta Aldo Capasso. A través de la revista Aglae, daría a conocer desde 1949 hasta 1953, la poesía francesa que luego recogería en obras como Poesía francesa contemporánea (1967) y Poesía simbolista francesa (1975), además de traducir a André Breton, Saint-John Perse, Guillaume Apollinaire y otros, destacando su última antología, Veinte poetas franceses del siglo Veinte (2001).
En la historia de la literatura moderna se le ha incluido en el grupo de escritores pertenecientes a la primera promoción de posguerra, pero su vertiente poética sigue la mejor tradición visionaria del romanticismo anglogermánico, el simbolismo francés y las vanguardias europeas, a la vez que recoge la herencia metafórica del veintisiete, alejándose del prosaísmo neorrealista y social de los espadañistas y del formalismo garcilasista para crear una poesía personal basada en la belleza imaginística y la precisión del ritmo .
Maestro de generaciones poéticas como la de los setenta o “novísimos”, sus obras forman un súmmun inestimable que unifica Vida y Poesía, magna elegía donde asoman inquietudes metafísicas sobre la belleza, el tiempo y el olvido.
Sus primeros libros, La huella de las cosas (1948) y Egloga de un tiempo perdido (1950), pasando por sus consagrados Clamor de todo espacio (1950), Hombre de otro tiempo (1950) o Tenebrae (1951), que inauguraría una línea onírica surreal, hasta llegar a poemarios claves en su trayectoria como Exilio (1953) que fue accésit al Premio Adonais, su magnífico Dios de un día (1954), Tiempo en el sur y sobre todo, Despedida en el tiempo (1955), que alcanzará su punto álgido con Sea la sombra e Invención de la muerte (1960) por la dialéctica de imágenes maravillosas y evocadoras.
Luego vendrían Lilia Culpa (1962), Oscura marea (1963), de gran fuerza arrolladora donde alternan la desesperación y el amor, línea nostálgica que caracteriza Oficio de los días (1965).
Las inquietudes metafísicas centran poemarios geniales como Reino memorable (1966) y sobre todo Génesis (1967), configurados por la temática del desamparo y sus símbolos, además de los motivos rilkianos sobre la vida y la muerte.
Con Fiel infiel (1968) vuelve a la evocación amorosa, mientras la obsesión por el tiempo va centrando libros extraordinarios como Carpe Diem (1969), Código y Aquarium (ambos de 1970).
Fabula (1973) que presenta una visión irónica de la realidad, la vuelta al tema amoroso subyace en Desde otra edad (1974) y Mantia Fidelis (1975).
Escrito en el Sur (1978), Templo de mortalidad (1980) y Liturgia (1981), recrean las preocupaciones existenciales en torno a la ruina del ser humano, para alcanzar una de las más altas cimas de nuestra poesía contemporánea con Gesta (1983).
A ésta le seguirán Claustro del día (1984), Vulnerable dominio (1985) y Corpora Terrae (1987), para terminar con Acorde (1991).
Su estética y reflexiones poéticas aparecen en su obra Intratexto (1997), mientras algunas composiciones pertenecientes a su libro Gesta han sido traducidas al inglés por Louis Bourne, publicadas bajo el título Poemas/Poems (2002), dentro de la colección Antelia.
En abril de 2004 apareció su segunda antología poética realizada por Marcos-Ricardo Barnatán, Despedida en el tiempo (1941-2001), que recoge poemas de su último libro inédito, Heredad de la sombra.
Entre los galardones que ha recibido destacan, Accésit al Premio Adonais en 1953; Premio Nacional de Traducción, en 1967; Premio de la IV Bienal de la Poesía de León, en 1976; Premio de Poesía Ciudad de Irún, en 1978; I Premio Mundial de Poesía de la Fundación Rielo en 1982; Premio de las Letras de Córdoba en 1999.
En mayo de 2001, la Universidad de Saint Gallén junto a una treintena de escritores y poetas españoles, presenta ante la Academia Sueca su candidatura al Premio Nobel de Literatura, reiterada también en mayo de 2003 por el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
El crítico literario Miguel Angel Pastor, firmaba la columna que, dedicada a los libros, publicaba el periódico oficial de la III Feria Regional de Muestras de Valladolid y que se refería a la elegía “Despedida en el tiempo” de Manuel Alvarez Ortega.
Reproducimos íntegramente el comentario, tanto por la belleza que la prosa del crítico encierra, como por su contenido que nos muestra el talento de este veterinario militar de la Promoción 1951 y poeta, para nosotros, lo confieso, desconocido, del que nos ha sido imposible obtener una fotografía o hacernos con más datos para componer su semblanza biográfica.
Tiempo habrá para indagar entorno a una poesía existencial española. Son ya numerosos los creadores que se adentran en este mundo de sensaciones y desesperanzas , propio de todos los existencialismos.
Manuel Alvarez Ortega, en el libro que nos ocupa, bucea en derredor a lo inevitable.
Desde Jorge Guillén que afirmaba su fe en la ciudad terrestre, mucho agua ha pasado bajo los puentes de la vida.
Paul Valery, el gran poeta francés, es con mucho el maestro del escéptico contemplar. Y su influencia resulta innegable, no sólo en la promoción conocida como la de “los profesores” o 1927, sino en quienes siguieron a los mismos hasta hoy.
Lo que ocurre es que el escritor ibérico no renuncia a sus constantes históricas, a su insobornable sentido del existir.
En algunos aspectos, los más fundamentales, “Despedida en el tiempo”, la larga elegía de Alvarez Ortega, participa de estos ingredientes: existencialismo, sonoridad andaluza, trasuntos de la poesía francesa y ese fatalismo sacudido por una íntima rebeldía, tan propio de la raza.
Pero, ¿quién puede con nos-
talgia construir un país
de lutos solitarios y pasiones
sombrías
darse
a una patria de errantes ma-
nos y labios queridos….
Dice. Para después avanzar y retroceder en el recuerdo, con versos imprecatorios, hechos de furia y de sal, de amargura y de ronco palpitar.
¿Hay únicamente desolado pesimismo en estos versos?
Madre de piedra, oscuro idi-
lio de dientes
y maderos,
mírate: ahí estás, te llamo
Amor, y eres
muerte,
arcilla frente a ese mar que
humedece
la costa…
Poco antes ha dicho el poeta su honda nostalgia.
Oh, quisiera retener tu voz
en la apagada
noche,
conformarte a esta orilla del
año que comienza….
La elegía de Alvarez Ortega se afirma en la vida, en esa cárcel en la que gloriosamente se instala el hombre
….en donde soy mi escom-
bro, mi héroe, mi
dios único….
No es fácil encontrar en la actual poesía una penetración más personal y más lúcida en ese misterio del vivir y del morir.
Bello libro el de este poeta.
Muy de acuerdo con lo que trasmite del Dr. Etxaniz.
Meses antes de su fallecimiento intenté ponerme en contacto personal con D. Manuel. Me trasladé a Córdoba para visitar a mi madre y de paso para poder entrevistarme con él. No fue posible por causa de salud.
Saludos.
Dr. Caparrós
Gracias por vuestras aportaciones literarias en un día de letras en que el amigo Diego Conde nos ha puesto en contacto con una gran figura literaria como Miguel de Unamuno. No queda sino congratularse por la aparición en la superficie del océano profesional de la faceta literaria de muchos veterinarios. Y más de la vertiente poética de algunos. Habrá que estudiar la obra de estos poetas, de formación seguramente heterodoxa para la opinión de algunos.
En mi caso, aporto el nombre de un gran poeta, Juan Ignacio Ferreras. No era veterinario, sino hijo del veterinario militar leonés Gregorio Ferreras González (1899-1956). Poeta, novelista, ensayista, profesor de literatura y de sociología en varias universidades europeas y americanas, librepensador, ateo… A mi me llamó la atención su gran fijación por los sonetos como forma de expresión poética.
Gracias de nuevo
No sabéis cómo me agrada leer los comentarios de mis compañeros.
Siempre se aprende de los que nos acompañan en la tarea de difundir la parte humanista de las Ciencias Veterinarias.
Observad que siempre escribo CIENCIAS VETERINARIAS en plural, y tiene su explicación que algún día desvelaré.
Un abrazo.
Dr. Caparrós