En ocasiones, solo en ocasiones, algunas personas reciben a lo largo de su vida, y generalmente al final, homenajes de todo tipo. Los hay merecidos, inmerecidos, interesados, pago de favores, justos, injustos, gratuitos, necesarios, innecesarios, etc. De todo hay, y de todo hemos visto. Pero tienen la capacidad de alentar una cierta ilusión de reconocimiento. Un testimonio de que no todo se ha hecho mal, naturalmente sujeto a las variables de adjetivación anterior, que cada uno debe ubicar donde corresponda.
Todo ello, con el paso del tiempo, forma parte del conjunto de recuerdos que habitualmente alguien, que no olvida, suele conservar para la posteridad.
Sin embargo hay veces en que estos testimonios, en su forma material, pasan a ser simples objetos venales para coleccionistas, aficionados a las curiosidades, o simplemente comerciantes. En ese momento, algunos, como es mi caso, sentimos en toda su magnitud el peso de la Historia, su crudeza. La tristeza.
Es el caso que traemos hoy, donde por 60 euros, en una conocida web de internet, se puede comprar la medalla de homenaje que se concedió en 1985 (no hace tanto) a María Teresa Bonilla y Elías (1918-1994), la primera mujer veterinaria de Cataluña. Además tal y como se indica, se pueden hacer ofertas, por si, al parecer, resulta cara.
Alguna institución debería comprarla, conservarla y dejar constancia de la biografía de su propietaria.
Es mejor que no nos creamos nada.
Estoy muy de acuerdo con lo expresado por el Dr. Vives.
Yo también he experimentado esa tristeza y decepción cuando tras un homenaje, o la entrega de un costoso regalo, a una ‘persona’, comprometida con nuestra profesión, comprobaba que, a los dos o tres años después de nuestro homenaje, APARECÍA EL TESTIMONIO DE NUESTRO AFECTO en una librería de lance, o en una almoneda, o en una casa de pujas de las que se anuncian en Internet ¿Qué puedo pensar de esa persona, o de su familia?
Me pregunto: Determinados objetos valiosos, entregados a personas de relumbre ¿No podrían ser depositados en un museo?
¿Se imaginan ustedes si el fondo documental del Dr. Carlos Luis de Cuenca y Gonz.alez-Ocampo hubiese salido a subasta en una casa de puja a la alza?
Cada vez me afianzo más en la necesidad de hacer comprender a nuestro entorno profesional que es muy necesario tener unos museos, y en su defecto unas salas de colecciones, donde se puedan depositar, debidamente reseñados, los materiales que nos donan.
Todavía tenemos que recorrer un largo camino para sensibilizar a nuestros compañeros. Hasta que ese día llegue tendremos que seguir recuperando materiales históricos a golpe de visitar las casas de antigüedades, y a golpe de billetera.
Les informo que en el ámbito castrense se ceden muchos materiales y documentos a los Museos militares de ámbito nacional; pasando a ser documentados y guardados en sus almacenes. Se sorprenderían de lo bien custodiados y conservados que están. Una visita a estos depósitos merece la pena.
Por brevedad no puedo alargar este correo, pero será objeto de reflexión en un futuro artículo.
Saludos cordiales.
Dr. Caparrós