El pasado sábado, en el suplemento literario de El País, Babelia, el reputado historiador profesional Julián Casanova presentaba la crítica de un libro (Manifiesto por la Historia), que titulaba: “Frente a la tiranía del presente y el corto plazo, Jo Guldi y David Armitage defienden la historiografía en la era digital como visión panorámica y ciencia social crítica”, en la cual defendía el valor transversal de la historia frente a la especialización impenitente a que los historiadores actuales están abocando los estudios hiperespecializados de historia. Sin duda un tema para la reflexión que aquí traigo, y en el cual debido al barbecho en que nuestra historia profesional todavía no hemos caído (excepto deshonrosas excepciones), y por lo cual deberíamos aprender de reflexiones tan sanas como estas de Casanova: explicar las raíces y de manera que los demás lo entiendan. Nada más y nada menos.
Espero opiniones.
“UN FANTASMA RECORRE NUESTRA época: el fantasma del corto plazo”. Así comienza el manifiesto por la historia de Jo Guldi y David Armitage. En este momento de crisis acelerada, cuando nos enfrentamos a grandes problemas, hay, según estos historiadores, una escasez de “pensamiento a largo plazo”, los políticos no miran más allá de las siguientes elecciones y la misma cortedad de miras afecta a los consejos directivos de las grandes empresas o a los líderes de las instituciones internacionales.
Hubo un tiempo en que los historiadores ofrecían relatos a gran escala, volvían la vista atrás para mirar hacia delante, influían en la política y proporcionaban orientaciones para situar la historia como hoja de ruta. Así lo hicieron, desde comienzos del siglo XX hasta sus décadas centrales, gente como R. H. Tawney, el matrimonio Beatrice y Sidney Webb, Eric J. Hobsbawm, E. P. Thompson o Fernand Braudel, el historiador que en 1958 inventó la longue durée.
Desde hace varias décadas, sin embargo, la mayoría de los historiadores comenzaron a abandonar ese largo plazo como horizonte temporal para la investigación y la escritura. El deseo de dominar los archivos y la obligación de reconstruir y analizar detalles cada vez más precisos llevó a los historiadores profesionales al “cortoplacismo”, a contraer el tiempo y el espacio en sus estudios, y cedieron la tarea de sintetizar el conocimiento, de siglos y milenios, a “autores no cualificados para ello”, especialmente a los economistas que idealizaban el libre mercado. Desapareció así la antigua finalidad de la historia de servir de guía de la vida pública. Y la longue durée, que tanto había florecido, se marchitó, salvo entre los sociólogos históricos y los investigadores de los sistemas mundiales.
Además, esa concentración en escalas temporales de corto alcance dominó la formación universitaria en las Facultades de historia. A los estudiantes se les enseñaba a estrechar el campo de estudio, y cuando los doctores se multiplicaron, atender al detalle y rastrear nuevos archivos se convirtieron en la carta de presentación para conseguir un trabajo en la profesión. El resultado fue la producción de monografías históricas de extraordinaria complejidad, que nadie leía fuera del círculo profesional, y un supremo interés por la especialización, “por saber cada vez más sobre cada vez menos”. Y mientras la historia y las humanidades permanecieron retiradas del “dominio público”, fue más fácil que la gente asumiera mitos y relatos falsos sobre el triunfo del capitalismo, soluciones simplistas a grandes problemas, ante los que pocos podían hablar con autoridad.
Pero no todo está perdido y Guldi y Armitage vislumbran, no obstante, signos de que el largo plazo y el “gran alcance” están renaciendo, un retorno de la longue durée y de la “historia profunda”, un conocimiento del modo en que se desarrolla el pasado a lo largo de los siglos y de las orientaciones que puede proporcionarnos para nuestra supervivencia y desarrollo en el futuro. Para hacer frente a los desafíos que plantean los grandes temas de la actualidad, como el cambio climático, los sistemas de gobierno y la desigualdad, nuestro mundo necesita volver a la información sobre la relación entre el pasado y el futuro. Y ahí es donde la historia puede ser precisamente el árbitro.
La solución reside en superar esa pérdida de visión panorámica, devolver a la historia su misión de “ciencia social crítica”, escribir y hablar del pasado y del futuro en público, imaginar nuevas formas de relato y escritura que puedan ser leídas, comprendidas y asumidas por los profanos y fusionar lo “micro” y lo “macro”, lo mejor del trabajo de archivo con el ojo crítico para abordar el estudio a largo plazo.
Es una propuesta abierta para hacer, investigar y escribir historia en la era digital, para sacar de su complacencia “a los ciudadanos, a los responsables políticos y a los poderosos”. Una guía para quienes se preguntan para qué sirven la historia y los historiadores, para navegar por el siglo XXI.
Hay muchas posibles rutas. La que proponen Guldi y Armitage es plantear cuestiones a largo plazo, pensar en el pasado con el objeto de ver el futuro. Explicar las raíces de las instituciones, ideas, valores y problemas actuales. Y hacerlo de tal forma que los demás lo entiendan. •
Apreciado profesor Vives:
He leído con interés el “Manifiesto por la historia”.
Estoy muy de acuerdo con el movimiento provocador de los prestigiosos historiadores Jo Guldi y David Armitage. Ambos rompen en este “Manifiesto por la Historia” una lanza a favor de un enfoque más abarcador y a largo término. Abogan por una recuperación de la Historia como proceso que revitalice su función social como instrumento de conocimiento y herramienta para el mejor desarrollo de la humanidad.
Creo que la manivela que mueve la rueda revitalizadora de la filosofía de la historia se encuentra en España en las obras de José Ortega y Gasset. Si reparamos en su obra la “Historia como sistema” nuestro universal filósofo nos transmite una idea clara sobre el concepto de la historia, donde en 1932 se adelanta inteligentemente al reciente manifiesto. Bien es cierto, se me puede alegar, que Ortega militó más en las ideas para una historia de la filosofía, concebida como una idea de progreso, que en una metodología aplicada al siglo XXI. Todo ello no quita que gracias a su bien estructurado pensamiento sobre el hombre lograse explicar el concepto de la historia.
Creo que una vuelta por el pensamiento orteguiano no hace mal a nadie que se sienta universitario. Sus enseñanzas pasados más de 75 años siguen siendo atractivas para una parte de los pensadores.
Esta es mi opinión.
Un abrazo.
Dr. Caparrós
Cher Professeur Vives,
Merci pour cette réflexion. “L’histoire fait mieux que satisfaire notre curiosité, elle est une grande éducatrice” (traduction google: “La historia hace más que satisfacer su curiosidad, se trata de un gran educador”.
Salutations amicales